Dos años después del comienzo de la guerra, el metropolita Mokrzycki relata el horror que sigue sufriendo el país: "Misiles y aviones no tripulados llueven sobre personas y ciudades. Mueren inocentes y muchas personas, incluso niños y sacerdotes, caen en la desesperación o la enfermedad mental". Sin embargo, afirma, "la gente aún tiene fuerza y esperanza. Ven que la única salvación está en Dios y que sólo un milagro puede salvar a Ucrania".
Beata Zajączkowska - Ciudad del Vaticano
"Lo que me da fuerza, esperanza y fe es que veo que la Divina Providencia no nos abandona y que hay mucha fe en la gente". Dos años después del estallido del conflicto, el arzobispo Mieczysław Mokrzycki, metropolita de Lviv, comparte sus sentimientos en una entrevista concedida a Radio Vaticano - Vatican News, subrayando que en este momento oscuro toda Ucrania está envuelta en una cadena de oración. "Somos combatientes de Dios, no con el fusil, sino con el rosario. No en el campo de batalla, sino de rodillas ante el Santísimo Sacramento".
Excelencia, incluso en Lviv siguen sonando las sirenas y la ciudad está siendo bombardeada. ¿Qué reflexión surge en su corazón ante el segundo aniversario de la guerra a gran escala en Ucrania?
Entre las muchas palabras de las páginas de los Evangelios, me llamó la atención una afirmación de Jesús: "No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos. Porque todo árbol se conoce por sus frutos". Estas palabras son la voz de la verdad para que juzguemos la conducta de las personas que, siguiendo el mal, se convierten en frutos amargos para los demás. Y aunque digan que quieren defender y liberar, vemos que no es así. En lugar de paz, generan guerra. En vez de amor, generan odio. En vez de tranquilidad, engendran miedo. Este es su fruto, amargo y agrio. Nos duele que, unas décadas después del final de la Segunda Guerra Mundial, tengamos que defender de nuevo nuestra libertad y reflexionar sobre cómo los seres humanos son incapaces o no saben recordar los horrores que la guerra dejó tras de sí. Nosotros, en cambio, nos acordamos perfectamente: la mayoría sólo de la historia, pero hay personas que recuerdan aquel periodo como una experiencia personal.
Por desgracia, la guerra se ha convertido en la experiencia personal de todos. ¿Cómo es la vida cotidiana hoy en día?
Por desgracia, las actividades militares continúan. Misiles y aviones no tripulados llueven sobre personas y ciudades. Mueren soldados y personas inocentes. Muchas personas resultan heridas, privadas de sus hogares, de sus medios de subsistencia, sin trabajo. Todo esto provoca miedo, ansiedad, incertidumbre. Muchos niños, adultos e incluso sacerdotes caen en la desesperación, la depresión y las enfermedades mentales. En esta situación, la Iglesia se compromete a ayudar a todos. Ayudamos a los soldados que luchan a través del servicio de capellanía, organizamos la distribución de alimentos, medicinas, dispositivos e incluso la compra de drones. Seguimos acogiendo a desplazados internos, organizamos ayuda humanitaria y la enviamos a las zonas de guerra. También proporcionamos esta ayuda a las familias pobres de nuestras parroquias. Organizamos una amplia actividad pastoral para fortalecer en ellos la fe y la esperanza.
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